viernes, 29 de septiembre de 2017

BIRO: UN INVENTOR DEL DANUBIO AL RIO DE LA PLATA



El Danubio, el río más largo de la comunidad europea parece dividir el Norte del Sur de la llanura centro europea, recorriendo nada menos que diez países y siendo vinculo de tradiciones, guerras e historias que trascienden en el tiempo. Pareciera que el Río fuese el protagonista del centro de la tierra del viejo mundo, como desafiando al Mar Mediterráneo, tanto que lo acompaña durante 3.000 kilómetros y finalmente desemboca en forma de Delta en el Mar Negro. Sus aguas recorren Alemania, Austria, Eslovaquia, Hungría, Croacia, Serbia, Rumania, Bulgaria, Moldavia y Ucrania. Muchas culturas pasaron por sus aguas, pero no regaron la cultura río abajo. Ni Johann Strauss (hijo) con su composición Danubio Azul pudo lograr imponer su vals en los pueblos del Este. En fin, el Río Danubio recibe una docena de influencias culturales, religiosas, étnicas, sociales y artísticas diversas.
Aunque unos 3.000 años antes de Cristo los niños tenían un juego en común a lo largo de su recorrido. Jugaban con las avellanas a un juego más o menos parecido a las bolitas, o a las canicas, haciendo rodar y chocar los frutos. Es decir que lo que no unió el idioma o los medios de comunicación. El juego inocente de los más chicos era un lenguaje común.
Las orillas del Danubio son testigos de cientos de guerras y conquistas entre pueblos colindantes y lejanos.
La Segunda Guerra Mundial fue testigo de esta historia.

Dos amigos conversaban y soñaban con volverse ricos mientras saboreaban unas copas de Pálinka. El Pálinka es una bebida espirituosa del tipo del aguardiente característico de Hungría. Mientras hablaban de sus quehaceres cotidianos. Jorge Meine poseía una pequeña industria textil en Budapest y cerca de la sinagoga donde concurría habitualmente acostumbraba a sentarse en un bar con Ladislao Biro, un paisano suyo de profesión periodista que cada tanto lo sorprendía con alguna pregunta extraña o le relataba los lugares lejanos donde había viajado. Aquella tarde hablaban sobre la limpieza de las telas y Jorge contaba como lavaba las prendas en su taller de costura para que luzcan impecables en las vidrieras de las tiendas. Ladislao sin embargo insistía con que el destino estaba en su contra y debía tirar camisas con frecuencia porque no podía quitar las manchas de tinta. Jorge no entendía porque involucraba al destino como una desgracia personal y pensó que eran bromas como habitualmente hacía su amigo. Pero no era una broma, Ladislao era zurdo y entendía que los productos solo los fabricaban para diestros y por eso se ensuciaba más que ellos.


Corría el año 1935 y si bien estaban en tiempos de paz,  se olía a pólvora, que bajaba por las aguas del Danubio desde sus orígenes, sobre todo en la redacción dónde el joven Ladislao trabajaba. Aunque él prefería hacer entrevistas lejos del diario. Encontrarse con algún personaje en su casa, o en el lugar de trabajo o simplemente en un bar. Pálinka de por medio, un anotador anillado y una pluma fuente. Luego llegaba hasta una máquina de escribir y transcribía la nota y la pasaba a la imprenta. No era difícil adivinar su profesión. Sus manos hablaban por él. Siempre tenía manchas de tinta en su mano izquierda y muchas veces su camisa blanca era el secante de su tortuoso destino. No es que él fuera torpe o descuidado. Simplemente padecía que su habilidad de escribir estaba en la mano equivocada. La pluma fuente estaba diseñada para diestros y el hecho de ser zurdo lo condenaba y ese inconveniente él lo atribuía al destino.



Pero como todo emprendedor Ladislao tuvo perseverancia y paciencia, sabía que tarde o temprano su suerte cambiaría. Su hermano Georg cansado de tanto lamento contribuyó con una idea interesante. Se propuso buscar en su laboratorio químico una solución que permitiese espesar la tinta y lo logró. Ladislao pudo contener el derrame y ensuciarse menos, aunque la tinta espesada se le atascaba en medio de un reportaje y tampoco así logró mejorar su inconveniente.
Hizo falta otra vuelta de pálinka con su amigo Jorge y a la sombra de un castaño vieron como unos niños juntaban las avellanas del piso para comer. Estos niños húngaros saben que las avellanas que quedan en el árbol no son tan ricas como las que se caen y luego de juntar suficientes para llevar a su casa, se pusieron a jugar a las bolitas o canicas en la vereda del bar. Ladislao miraba atentamente el juego infantil, mientras Jorge trataba de recuperarlo al diálogo en vano. De repente Ladislao dice: “Se me ocurrió una brillante idea”. Tomó el anotador y su lapicera fuente, lo miró a su amigo y le hizo un dibujo, mientras le explicaba. “Si la bolita o canica pasa por un charco de agua y luego atraviesa una superficie seca de la vereda y escribe su recorrido, hasta que vuelve a pasar por otro charco  y se vuelve a mojar de vuelta y así sucesivamente escribe otras partes secas. Si fuera tinta no me permitiría que me ensuciara las manos” Jorge Meine entendió rápidamente el negocio y aportó dinero para patentar el invento, con la ayuda de Georg y la tinta espesa la podrían poner en un canuto y en la parte inferior una bolita,  y solo por la presión vertical lograrían que escribiera sin manchar. Habían pasado dos años de aquel sueño de fortuna. Juntos fueron a patentar su proyecto en Budapest.
El agente de la oficina les preguntó ¿A nombre de quién? Los amigos se miraron y Meine le dijo fusionemos las primeras sílabas de nuestros apellidos, como el apellido de Ladislao era breve fue completo y de la unión apareció la marca  Biro Me.
Ese mismo año Biro viaja a Yugoslavia se encuentra en la conserjería de un hotel con un argentino que lo observaba muy atentamente mientras se registraba y no quitaba los ojos de su particular “birome” artesanal. El fútbol los unió en una conversación. Los seleccionados de Argentina en 1930 y Hungría en 1938 habían salido segundos en ambos mundiales. El argentino lo invitó a viajar y le entregó su tarjeta personal. Biro no les prestó atención, pero conservó su tarjeta en el cajón de su mesita de luz.
Si bien la patente de la birome era prometedora, jamás llegó a comercializarse. La guerra mundial había estallado y los Nazis se desplazaban hacia el Este y hacia el Oeste conquistando todo lo que estaba a su paso. Otra vez el recorrido del Danubio empezaba a oscurecerse y Hungría no tardaría en ser ocupada.
Para 1940 escapando de la persecución a los judíos, los hermanos Biro y su amigo Meine con sus respectivas familias decidieron escaparse a un país lejano. La tarjeta guardada en la mesita de luz, fue el pasaporte a la paz que el destino tenía reservado para ellos. Aquel hombre que en Yugoslavia había hablado de fútbol era la única esperanza para estos refugiados que viajaban para la Argentina.
Ya en Buenos Aires Biro buscó al hombre de la tarjeta y resultó ser Agustín P. Justo ex Presidente de la Nación que los ayudó a instalarse y armar un pequeño taller donde la birome empezó a comercializarse a todo el mundo.
En 1943 Biro licenció a Faber en la sideral suma de dos millones de dólares y luego a Bich que también efectuó un acrónimo de su apellido y creo la fábrica Bic de bolígrafos.
Biro murió en Buenos Aires a los 86 años y dejó otros inventos como: El desodorante a bolilla, la pluma estilográfica, el lavarropa, la caja de cambios automática, el termógrafo clínico, la cerradura inviolable, un dispositivo para obtener energía utilizando las olas del mar, dispositivos químicos para mejorar la dureza del acero y para separar gases. Cada 29 de septiembre en la Argentina se conmemora el día del inventor en homenaje al día de su nacimiento.
Una frase de Biro sintetiza su valoración por la creación y la inteligencia.
"Mi «juguete» dejó 36 millones de dólares en el tesoro argentino, dinero que el país ganó vendiendo productos no de la tierra sino del cerebro".

En el Río de la Plata otra música escuchó Biro, otro ritmo y otro entorno para el Danubio.

Tango: Noches de Hungría

Solo a orillas del Danubio,
cuando en la noche clara
escucho tu violin,
siento que renace mi vida
al penetrar en mi alma
su melodía sin fin.
Déjame embriagar con la ilusión,
cántame en mis sueños
tu emoción.
Quiero vivir en este instante
el amor que una noche
me dio su corazón.
Toca gitano
con pasión en las noches de Hungría;
en las orillas del Danubio
dejé yo mi vida
que tus czardas tienen el sabor
de los besos de su boca en flor.
Noches de Hungría
nunca, nunca olvidaré.

Letra y Música: Enrique Rodríguez y Armando Para Albeiro
  









sábado, 16 de septiembre de 2017

VIDAS CRUZADAS




Entre todas las cosas que Leonardo Da Vinci investigó, sintió mucha curiosidad por el fenómeno cuántico y no dudó en estudiarlo a fondo. Lo cuántico es un salto de  energía que emite o absorbe radiación y al medir una magnitud física podríamos obtener un valor diferente cada vez que fuera medido, es decir que sería relativo y no tendría una explicación lógica. Debido a ello, existe una determinada incertidumbre en la predicción de los fenómenos cuánticos y por esa causa se habla del principio de incertidumbre.
Pero a veces cuando en el futuro miramos hechos del pasado y aparecen episodios muy curiosos que tal vez alguna fuente de energía intervino en ellos y cambió los destinos de las personas y las ubicó en otras dimensiones inexplicables para la relación tiempo espacio. Por ejemplo dos personas podrían caminar por la misma calle y observar el mismo paisaje urbano como una pared de ladrillos, si habláramos de algo material, o de una enredadera, si habláramos de algo natural o de un mismo sentimiento como el amor, o el placer, si habláramos de algo emocional. Pero si esas dos personas caminaron por esa misma calle en tiempos distintos: la pared, la enredadera y el amor ¿Habrán sido testigos de esas dos personas y podrían irradiarle o absorber su energía?

Ay, Da Vinci ¿cuántas dudas nos dejaste?

Leyendo historias de hombres famosos del tango encontré un caso que bien podría ajustarse a un fenómeno de física cuántica. En el mismo lugar, con diferencia de algunos años, una fuente de energía absorbió la radiación de una persona y se la irradió a otra persona, produciendo en el futuro un intercambio en sus vidas. Es decir uno vivió la vida de otro y viceversa. Los dos fueron famosos y el destino con el tiempo cerró esa ventana abierta a pesar que ellos murieron físicamente pero, como todos los hombres célebres siguen trascendiendo en sus obras.

Dicen que cuando comenzó el tango, en los arrabales porteños, era cosa de hombres. No bailaban las mujeres. Y así, termina la historia. Dos hombres bailando la misma canción. Pero contado de esta manera, sin duda que aburre. Lo importante no es el final, sino su desarrollo.

Comienza el Siglo XX y las ilusiones y expectativas colmaban la imaginación de muchas familias que buscaban nuevos horizontes. Luigi un niño de cinco años cruzaba el Atlántico junto a sus padres jugando en la cubierta del buque que lo trasladaba de Génova a Buenos Aires y entre travesuras tiraba bananas a los delfines y participaba junto a otros chicos de la búsqueda de la línea del Ecuador. Corría el año 1907 y como muchos inmigrantes el destino era los suburbios de la gran capital Argentina. Por aquel entonces muchos paisanos se asentaron en el municipio de General San Martín lindante a la ciudad de Buenos Aires. La geografía era distinta al Abruzzo que lo vio nacer, y el idioma también. Luigi pasó a ser Luis y fue el primero de su familia en hacerse entender entre lunfardo, cocoliche, italiano y español cuando empezó su escuela primaria en la barriada de Villa Ballester.

Camino al Oscar


De adulto supo cosechar grandes éxitos nacionales e internacionales. Dirigió más de cincuenta películas, contando las que produjo en el exilio. Además escribió más de veinte canciones de tango que fueron interpretadas por los más destacados cantantes de todas las épocas. Fue propietario del teatro Maipo y productor de espectáculos líricos. Fue periodista, trabajó en el diario Última Hora y la revista Caras y Caretas y además fue un descubridor de talentos, tanto para el teatro, la música, el cine y la televisión. Su nombre completo está escrito con letras de oro en la cultura argentina, se llamó Luis César Amadori y fue un adelantado a su época, hoy podríamos decir que dominaba las técnicas multimediales. Se casó con la mujer más linda de la época, una vecina de su casa en Villa Ballester,  Zully Moreno, a la que además dirigió en muchas de sus obras. No todo el mundo sabe que Wald Disney lo convocó para dirigir el doblaje de Fantasía, Dumbo, Pinocho y Bambi.




Sin duda que aquel chico de cinco años junto a otros inmigrantes conoció la pobreza y entre los paredones cubiertos de enredaderas que en esta época del año hacían flor , creció su inspiración para muchos de sus éxitos. En lo que hace a la cinematografía Luis Cesar Amadori concursó por el Oscar con la película “Dios se lo pague” protagonizada por su esposa Zully Moreno y Arturo de Córdoba cuando la academia norteamericana no tenía la categoría que premiaba a la mejor película extranjera, compitió de igual a igual con las películas estadounidenses y los críticos no se animaron a premiar una producción foránea, aun siendo reconocida como la mejor. La política se había metido en Hollywood y el ganar la Segunda Guerra Mundial y comenzar la "Guerra fría", no le daba tolerancia  para darle una estatuilla a una producción que no fuera norteamericana.

Un hombre afortunado por el éxito,  se casó con una princesa


Resumiendo Luis Cesar Amadori llegó a los cinco años al municipio de San Martín, más precisamente a Villa Ballester, el lugar donde los paredones y las enredaderas daban flor en primavera, y se casó con una princesa de apellido real: Zulema Esther González Borbón, otra hija de inmigrantes que buscaban en los suburbios de Buenos Aires una propiedad barata, donde abundaban las huertas, los gallineros y el desarrollo en la zona de la industria textil o metalúrgica estaba en su apogeo. Su nombre artístico fue Zully Moreno y su belleza fue tan encantadora que le decían la “Greta Garbo” argentina.

Amadori fue un grande y se rodeó entre grandes, solo por mencionar algunos actores y cantantes: compartió amistad con Luis Sandrini, Carlos Gardel, Nini Marshall, Francisco Canaro, Enrique Santos Discépolo. Fue el director más afamado de la época de oro del cine nacional. El Oscar de la academia de Hollywood parece que se le había negado.
La física cuántica le había cruzado el destino con otro caballero famoso y el universo quiso reparar una ventana que se abrió entre el tiempo y el espacio. Su energía continuó irradiándose después de muerto y su presencia volvió para hacerse justicia.

La calle: la pared, la enredadera y el amor, testigos de la cuántica

Se llama Luis Enríquez Bacalov nació en 1933 en San Martín a pocas cuadras donde Luis Cesar Amadori y Zully Moreno vivieron en su juventud, también fue un talentoso músico. De igual forma tuvo pasión por el cine. En varias películas se pueden escuchar sus canciones y compitió por el Oscar de academia norteamericana dos veces. La primera vez fue en 1966 con la película “El evangelio según San Mateo de Pier Paolo Pasolini, donde solo quedó su nominación y reconocimiento.
Luis Bacalov era primo de Lalo Schifrin otro argentino triunfador en Estados Unidos que posee una estrella de la fama en Hollywood como gran compositor de bandas sonoras de películas y series entre ellas “Misión Imposible”. Además trabajó como musicalizador de Federico Fellini, Robert Duvall, Quentin Tarantino, Ettore Scola, Damiano Damiani, Lina Wertmüller, Franco Rossi y fue pianista de Ennio Morriconi. 





Aquel San Martín de antaño cobijó a dos talentos musicales, ambos se llamaron Luis. Uno llegó de Italia y se nacionalizó argentino, otro nació en la Argentina y emigró a Italia. Sus vidas se cruzaron misteriosamente. Las paredes de ladrillo cubiertas de enredaderas y el amor fueron inspiración de ambos, fue un recuerdo que cada uno llevó de su barrio. Pero Bacalov tuvo ventaja, fue contemporáneo y él tarareaba uno de los tangos más populares que recorrieron el mundo y lo incluyó en la película Il Postino, (en castellano “El cartero de Neruda”). Película tierna e ingenua que el mismo musicalizó y recibió el Oscar de academia norteamericana por la mejor banda sonora de 1996.




La cuántica hace revivir a los muertos



Pero el director de la película Michael Radford omitió escribir en los créditos los datos de una canción que reflejaba el recuerdo de aquel pueblo de la provincia de Buenos Aires donde Luis Amadori y Luis Bacalov caminaron en su juventud. Seguramente Leonardo Da Vinci hubiese encontrado allí esa irradiación de energía cuántica que volvía a soplar y revivía un recuerdo “Vieja pared del arrabal, tu sombra fue mi compañera. De mi niñez sin esplendor la amiga fue tu madreselva. Cuando temblando mi amor primero con esperanzas besaba mi alma, yo junto a vos, pura y feliz cantaba así mi primera confesión”.


Madreselva: una hermosa melodía compuesta por Francisco Canaro con el nombre de “la polla” haciendo referencia al premio “polla de potrancas” que se realiza en los hipódromos de la Argentina con los caballos más jóvenes y que luego Luis César Amadori le agregó la letra y en la voz de Carlos Gardel recorrió el mundo.



Finalmente las vidas se cruzaron en el cine



Las hijas de Canaro le hicieron un juicio a Michael Randford por plagio. Se entiende que es una copia ilegal al no citar a sus verdaderos autores. De ninguna manera quisieron sacar un rédito económico. Sino que lo que buscaron fue el reconocimiento a la obra de su padre y de sus creadores.

En la película “El cartero de Neruda” la canción Madreselva aparece en cinco oportunidades: 1.cuando Neruda  (Philippe Noiret) escucha un mensaje grabado; 2. Matilde, señora de Neruda, pone un tango en la vitrola; 3. también es el tango que interpreta el acordeonista en la fiesta de casamiento, 4. el que escucha Mario (Massimo Troisi) en el fonógrafo; 5. por último se escucha su melodía cuando Beatrice (Maria Grazia Cucinotta) pone la grabación que Mario preparó para Neruda.

Los dos Luis, el italiano y el argentino, ¿cuál es cuál?. El destino los unió en el mismo barrio, en la música, en el cine, en el éxito, en los paredones, en las enredaderas, en la “madreselva”, y ahora después de tanto los ligó en el premio que ambos buscaban. El premio Oscar 1996 por la banda sonora de “Il postino” es compartido por Luis Bacalov, Francisco Canaro, Carlos Gardel y Luis César Amadori.


Y así, termina la historia. Dos hombres bailando la misma canción.
La energía cuántica los separó y el destino los volvió a unir para siempre.