Sobre un cuento de Edgar Allan Poe,
adaptado para el género radioteatro por Pablo Demkow para cuatro actores.
Ese corazón me delata
Relator – El oficial de policía recorre el barrio y encuentra al viejo tratando
de poner con dificultad la llave en la puerta de su propia casa. Aprovecha la
oportunidad para advertirlo por un sujeto que merodea por las noches en el
barrio.
Viejo – No le entiendo oficial
Oficial – Le digo que tenga cuidado, tuvimos algunas denuncias.
Viejo - Pero que pasa… ¿Es en verdad tan peligroso?
Oficial – Cuídese. Usted es una persona mayor, dicen que este hombre recorre
el barrio todas las noches.
Viejo – Yo me sé cuidar Oficial. No se olvide que yo estuve en la guerra,
y perdí un ojo y con el ojo que me queda puedo mirar bien lo que pasa.
Oficial – Igualmente, cuídese. Dígale a su vecino de abajo ese que parece “un
loco” que le haga compañía. Usted sabe, si ve que hay dos personas seguramente
no se va a aprovechar de un anciano.
Viejo – Tiene razón oficial, voy a invitar al loco a cenar, a tomar unas
copas y a jugar a las cartas. Le va a hacer bien estar con alguien. Somos
vecinos desde hace algún tiempo y los dos estamos solos. Yo por viejo y el por
loco.
Oficial – Chau Abuelo, yo por las dudas también le voy a avisar al vecino
de al lado. Al marido de la maestra. Le voy a decir que si escucha algún ruido
que me llame. Sé que a veces pasa las noches sin dormir, se desvela cuando su
mujer corrige exámenes de literatura y a veces sale a caminar.
Relator – La escena se desarrolla en la comisaría. El oficial interroga al
loco
Oficial – ¿Estás nervioso?
Loco – Siempre estoy nervioso, algunos se creen que estoy loco.
Relator - La enfermedad había agudizado sus sentidos. Tenía la sensación
del oído agudo. Oía todo, ¡Absolutamente todo! Y se inquietaba ante el sonido
más insignificante.
Loco - Entonces, Escuchen y presten atención con qué tranquilidad, con
qué cordura puedo contarles toda la historia.
Oficial - No te hagas el loco. Te tuve que esposar
porque pareces peligroso…. Será mejor que empieces a confesar todo.
Loco - Me resulta
imposible decirles cómo pasó por mi cabeza esa idea la primera vez. Pero, una
vez concebida, me persiguió día y noche. ¡Me entiende, día y noche!
Oficial – ¿Y qué me decís
del viejo?
Loco - ¡Yo lo quería mucho a ese viejo! Nunca me había hecho nada malo. Nunca me había
insultado. No quería su plata, ni nada de valor. ¡Creo que fue su ojo color
azul desencajado el que me helaba la sangre! Y así, muy sencillamente, fui pensando
en quitarle la vida al pobre viejo y quitarme de encima ese ojo para siempre.
¡No quería ver más a ese ojo! ¡Me entiende! ¡Me entiende! ¡Me entiende oficial!
Oficial – Vos estás loco.
Loco - Usted creerá que estoy loco. Debería haberme visto con qué
sabiduría procedí Con qué cuidado, con qué previsión. Muy disimuladamente me
puse a trabajar. Nunca había sido tan amable con el viejo como esa semana antes
de matarlo. Y cada noche, cerca de la medianoche, yo hacía girar el picaporte
de la puerta de su dormitorio y la abría con mucho cuidado. Y después, asomaba
mi cabeza, para verlo durmiendo. Prendía mi linterna, con mucho cuidado de no
despertar el sueño del viejo. Me llevaba como una hora hacer todo ese
procedimiento. ¡Ja! ¿Podría un loco actuar con tanta prudencia?
Y luego, cuando ya estaba bien dentro de la habitación, le apuntaba
el rayo de luz al ojo del viejo.
¡Quería ver el reflejo de la luz en su ojo de vidrio!
Hice todo esto siete veces, cerca de la medianoche, pero siempre
encontraba el ojo del viejo cerrado y era imposible hacer el trabajo, ya que no
era el viejo quien me irritaba. ¡Era su ojo!
Relator - Cada mañana, “el loco“, iba con miedo a la habitación del viejo y
le hablaba decididamente, llamándole por su nombre con voz cordial y preguntándole
cómo había pasado la noche. La octava noche, fue más cuidadoso cuando abrió la
puerta tan lentamente que el minutero de su reloj pulsera se movía más rápido
de lo que se movía su mano.
La habitación estaba tan oscura como la noche más cerrada, ya que el
viejo cerraba las persianas por miedo a que le entraran los ladrones; “el loco”
abrió la puerta y cuando intentó encender la linterna, se le resbaló y el viejo
se despertó gritando:
Viejo -¿Quién anda ahí?
Loco - Me quedé quieto, no dije nada y aproveché la oscuridad para
disimular mi presencia y durante una hora entera, no moví ni un músculo y
mientras tanto no volví a escuchar al viejo. Pero aún estaba sentado en la cama.
Oí, de pronto un quejido y supe que era el quejido del terror mortal. No era un
quejido de dolor o tristeza. ¡No! Era el sonido ahogado que brota del fondo del
alma cuando alguien tiene miedo. ¡El viejo tenía miedo! Podía darme cuenta por
su respiración.
Oficial - Y eso te gustaba loco,
asustar al viejo. Creo que llegaste muy lejos.
Loco – Perdón Oficial, su ojo me atemorizaba. Yo Sabía que el viejo
estaba asustado porque predecía lo que le iba a pasar.
Oficial – Y así y todo decidiste matarlo… Sos un asesino…
Loco - Sabía que él había estado despierto desde el primer ruido. Sus
miedos habían crecido desde ese momento. Había estado intentando imaginar que
aquel ruido era inofensivo, pero no podía. Se había estado diciendo a sí mismo:
Viejo - "Debe ser el viento en la chimenea, o será un ratón que
camina sobre el suelo", "No,
debe ser un grillo que chirrió una vez".
Loco - Todo es inútil, ya que
la muerte, se le acercaba y lo envolvía como a una víctima. Y aunque no veía ni
oía nada, sentía la presencia de la muerte dentro de la habitación. Luego esperé
un largo tiempo, muy pacientemente, y decidí prender la linterna.
Relator – Finalmente el rayo de luz, cayó de lleno sobre el ojo del anciano.
Su ojo estaba abierto, bien abierto y “el loco” se enfureció porque ese ojo lo
miraba, y el veía con total claridad, ese ojo color azul fuerte, que le clavaba
su mirada y le helaba el alma. El oficial
irritado escucha atentamente la confesión, sin entender nada.
Loco - ¿No le he dicho que lo que usted cree que es locura es solo mayor
agudeza de los sentidos? Luego llegó a mis oídos el sonido del latido del
corazón del viejo. ¡Aumentó mi furia, como el redoblar de un tambor! Sin
embargo, me contuve y seguí callado. Mantuve la linterna inmóvil. Intenté
mantener con toda firmeza la luz sobre el ojo. Mientras tanto, el infernal
latido del corazón iba en aumento. Crecía cada vez más rápido y más fuerte a
cada instante. El terror del viejo debe haber sido espantoso. El ruido era cada vez más
fuerte, más fuerte... ¿Me entiende? Le he dicho que soy nervioso y así es. Sin
embargo, por unos minutos más me contuve y me quedé quieto.
Oficial - ¿Por qué no se fue en ese
momento?
Loco – Lo intenté Oficial pero el latido del corazón del viejo era cada
vez más fuerte, más fuerte. Creí que aquel corazón iba a explotar, él estaba
muerto de miedo.
Oficial- El viejo ¿No lo descubrió?
Viejo – ¿Quién anda ahí?
Relator – Grito atemorizado el viejo
Loco - ¡Los vecinos podrían escuchar el latido del corazón! ¡Al viejo le
había llegado la hora! Con una fuerte presión, ¡lo ahogue! El viejo gritó una
vez, sólo una vez… y después… nada…
Oficial – ¡Que animal!, lo asesinó.
Loco - Luego, lo tiré al suelo. Después sonreí alegremente al ver
que el hecho estaba consumado. Pero, durante muchos minutos, su corazón siguió
latiendo con un sonido ahogado. Finalmente, cesó. El viejo estaba muerto. Lo quité
de la cama y examiné el cuerpo.
Sí, estaba frío y, duro como una piedra. Pasé mi mano sobre su
corazón y allí la dejé durante unos minutos. No había pulsaciones. Estaba
muerto. Su ojo ya no me preocuparía más. Nunca más.
Relator – El loco tomó precauciones para esconder el cadáver. La noche
avanzaba y trabajó con rapidez, pero en silencio.
Loco - En primer lugar descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, los
brazos y las piernas. Después levanté tres planchas de madera del piso de la
habitación y deposité los restos en un hueco. Luego coloqué las tablas con tanta
inteligencia y astucia que nadie, podría detectar nada extraño. Limpié todo; no
quedaban manchas de ningún tipo, ni siquiera de sangre. Había sido demasiado
precavido para eso. Todo estaba guardado. ¡Ja, ja!
Relator - Cuando terminó con estas tareas, eran las cuatro de la mañana...
Estaba todo oscuro. Al sonar las campanadas de la hora, golpearon la puerta de
la calle.
Loco - Bajé a abrir muy
tranquilo, ya que no había nada que temer.
Oficial – Buenas noches, señor. Somos de la policía, tenemos una denuncia y
quisiéramos revisar su domicilio. Permítales a mis dos agentes pasar.
Loco – ¿Que pasó oficial?
Oficial – Un vecino sintió un grito y venimos a investigar.
Relator – El marido de la maestra escuchó un grito y había hecho una
denuncia a la policía.
Loco - Sonreí, ya que no había nada que temer.
Relator – El loco dio la bienvenida a los caballeros y contó que el alarido
había sido producido por el mismo durante un sueño.
Oficial – El viejo que vive aquí ¿dónde está?
Loco – Oficial el viejo se fue de viaje, al campo. Pasé, conozca la
casa. Registre bien sáquese las dudas.
Oficial – Que extraño, pensé que el viejo estaba enfermo.
Loco – Pase por acá oficial esta es su habitación, mire estos son sus
tesoros, seguros e intactos.
Relator - Con mucha confianza, el loco llevó más sillas al cuarto y les
dijo a los oficiales que descansaran allí mientras él, colocaba su silla encima
del mismo lugar donde reposaba el cadáver de la víctima. Mientras tanto el Loco
pensó que había convencido a los policías. Mientras los cuatro hablaban sobre temas
triviales, se empezó a sentir mal e intentó echarlos. Pero ellos estaban muy
cómodos allí.
Loco - Me duele la cabeza. ¿No escuchan ustedes ese sonido?
Relator - Pero ellos se quedaron
sentados como si nada y siguieron conversando mientras tomaban café.
Oficial – Señores agentes, evidentemente el viejo ojo de vidrio se fue al
campo. Seguramente el vecino de al lado habrá escuchado mal. Nos tomamos otro
café, y después nos vamos para la comisaría con las primeras luces del día.
Relator – El “loco” escuchaba el ruido más claro, cada vez más claro. Se había
puesto muy pálido, y habló con más fluidez y en voz más alta. Sin embargo, para
“el loco” el ruido aumentaba. Era un sonido bajo, sordo, rápido... como el
sonido de un reloj de pulsera envuelto en algodón. Tic, tac, tic, tac, tic,
tac, continuo. En la Comisaría cuando
dio testimonio, casi gritando dijo:
Loco - El ruido seguía aumentando. Me puse de pie y empecé a discutir
con los oficiales con voz muy alta, pero el sonido crecía continuamente en mis
oídos. ¡Me molestaba!!!
Relator – El loco quería que se fueran, pero ellos seguían haciendo tiempo
en su departamento.
Oficial - Riquísimo el café, Gracias
señor por invitarnos. No le molesta que nos quedemos hasta que amanezca.
Relator - Caminó de un lado a otro con pasos fuertes, como furioso por el
piso de madera; pero el sonido lo escuchaba cada vez más fuerte. Balanceándose
en la silla sobre la cual se había sentado, golpeaba con las patas las tablas
del suelo, pero el ruido, para él, aumentaba su tono cada vez más alto. Crecía
y crecía y era cada vez más fuerte. Mientras los hombres seguían conversando
tranquilamente y sonreían.
Loco - ¿Es posible que no oigan? ¡Dios Todopoderoso!
Oficial - Que le pasa Señor, lo veo
intranquilo.
Loco - ¡No, no! ¡Claro que oyen!
¡Y sospechaban! ¡Ustedes lo saben! ¡Se estaban burlando de mi horror! Cualquier
cosa es más soportable que este espanto. ¡Yo no aguanto más esas hipócritas
sonrisas!
Oficial – Cálmese, ¿Qué es lo que usted escucha?
Loco - Escuchen... ¡más
fuerte..., mas fuerte..., más fuerte! -¡No finjan más, malvados!
¡Confieso que lo maté! ¡Lo
maté! ¡Levanten esas tablas!...
¡Es acá, es acá! ¡ Es acá donde está latiendo su horrible corazón!
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