lunes, 14 de julio de 2025

Las Malas (valijas) protagonistas del peor viaje de tu vida.

 

 Se Abre el telón en Aeroparque

Lucrecia, con su melena castaña y ojos vivaces, repasaba mentalmente líneas de un monólogo. Con apenas 19 años, es actriz de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y es capaz de convertir cada espacio en su escenario personal, y la sala de embarque del aeropuerto no era la excepción. Pensaba en dar una alegría al público cansado de esperar que se despeje la niebla, para viajar tal cual sus deseos a los lugares elegidos del planeta. Después de todo, tanta gente aburrida en la sala de embarque se merecía una próspera y cuidada actuación estelar.


Seis horas de demora, mostraba el agotamiento y el estrés de muchos, que bien hubiese venido una representación teatral.

Con el sol de la tarde filtrándose por los ventanales, el anuncio tan esperado por fin resonó por los altavoces: "Pasajeros del vuelo de LATAM con destino a São Paulo, por favor diríjanse a la puerta de embarque". Un suspiro colectivo de alivio recorrió la sala. Lo que no sabían es que ese alivio sería efímero.

 


El avión despegó con un zumbido ensordecedor, rompiendo la quietud del cielo gris de la capital porteña. A bordo, la tensión se disipaba lentamente, reemplazada por la expectativa de la conexión en São Paulo y el ansiado destino final: Barcelona.

Lucrecia, ya menos tensa, durmió plácidamente todo el viaje, mientras que Pablo preocupado porqué investigó en Internet y no encontró ningún vuelo entre Brasil y Europa hasta el día siguiente. Nora y Ana Luisa, por su parte, reanudaban su animada charla sobre las últimas novedades de Venado Tuerto, y la esperanza de ver cuanto antes a sus hijos. Adriana degustaba un caramelo, mientras escuchaba algún sabelotodo que hablaba sobre aviones y conexiones.

 

Al lado de Lucrecia, con la serenidad de sus muchos años, estaba Pablo, de Hurlingham. Su semblante tranquilo contrastaba con la impaciencia general, pero no ocultaba su preocupación, mientras tecleaba en su celular. Delante de ellos se ubicaban Nora y Ana Luisa, una de cada lado del pasillo, dos consuegras y vecinas de Venado Tuerto, Santa Fe. Compartían chismes e ilusiones, ajenas al drama que se cocinaba a fuego lento. Nora, la más soñadora, intentaba ver el lado positivo, mientras Ana Luisa, la más pragmática, comenzaba a preocuparse por el retraso. Unas filas más atrás, Adriana, con su acento cordobés inconfundible y una sonrisa dispuesta, consultaba su reloj con impaciencia. Su paciencia, al igual que la de Nora y Ana Luisa, comenzaba a deshilacharse.

 

 


El Laberinto de Guarulhos

La llegada al Aeropuerto Internacional de Guarulhos fue como descender a otra dimensión. El reloj avanzaba en la oscuridad y la agitación del aeropuerto contrastaba con lo esperado por los pasajeros. La noticia cayó como un balde de agua fría: habían perdido la conexión a Barcelona. El vuelo de LATAM ya había partido.

 

"Pero ¡cómo es posible!", exclamó Adriana, su voz elevándose por encima del murmullo general, teñida de una frustración que solo un viaje largamente planeado puede generar.

 

Lucrecia, con su instinto dramático, ya visualizaba la escena en su mente. "Esto es oro para un guion", pensó, mientras observaba el desconcierto en los rostros de sus compañeros de infortunio.

 

Fue Pablo quien tomó las riendas. Con un portugués rudimentario pero efectivo, forjado en viejos viajes de trabajo, se acercó a una asistente de LATAM, donde una fila desordenada de pasajeros exasperados se extendía sin fin. "Necesitamos ayuda, nuestra conexión a Barcelona se perdió por el retraso de Buenos Aires", explicó.

 


La respuesta de la aerolínea fue un voucher para un hotel, la cena y el traslado. Una solución a medias para un problema mayúsculo. La pérdida del equipaje, en ese momento, era solo una sombra lejana, una posibilidad incómoda que nadie quería nombrar en voz alta, pero la sospecha cobraba cada vez más fuerza.

 

"Esto es una aventura, chicas", intentó animar Nora, con una sonrisa forzada, mientras Ana Luisa fruncía el ceño, pensando en las valijas llenas de regalos para sus hijos, cuidadosamente seleccionados durante meses.

 

El viaje en el auto hacia el hotel fue un silencio tenso, solo interrumpido por el murmullo de los aviones que despegaban o aterrizaban en Guarullos. La cena en el hotel, un bufé sin grandes pretensiones se desarrolló en un ambiente de resignación. La camaradería comenzó a forjarse en la adversidad. "Deberíamos armar un grupo de WhatsApp para mantenernos conectados", sugirió Lucrecia, sacando su celular con la rapidez propia de su generación. "Para no perdernos en este caos".

 

Nació así "El peor viaje de tu vida", un nombre que en ese momento parecía premonitorio, pero que con el tiempo se convertiría en un chiste interno, una bandera de su improbable alianza.

 


La Odisea de las malas podríamos llamarlo también, Valijas en portugués se dice malas y lo peor, la Resignación.

El día siguiente amaneció gris, reflejando el ánimo del grupo. Volvieron al aeropuerto, recorrieron innumerables oficinas, hablaron con agentes de LATAM que parecían entrenados para la evasión, con personal de seguridad que apenas les prestaba atención, con empleados de limpieza que no entendían sus lamentos, con quien se cruzara en su camino. Pero el resultado fue siempre el mismo: "No hay información sobre su equipaje". Las horas pasaron entre mostrador y mostrador, un laberinto burocrático que parecía no tener fin.

 

"¡Es increíble! ¿Cómo pueden perder tantas valijas de un mismo vuelo?", se quejó Adriana, su voz ya con un matiz de desesperación. "¡Nunca me había pasado algo así en tantos años de viajar!"

 

Pablo, con su diplomacia y su paciencia de años, intentaba mediar, traducir, y mantener la calma. Escuchaba atentamente las respuestas en portugués, por más vacías que fueran, y las retransmitía al grupo, suavizando la dureza de las negativas. Lucrecia, por su parte, observaba, absorbiendo cada gesto, cada expresión de frustración, cada palabra de impotencia. Sabía que todo aquello sería material invaluable para su guion, los matices de la desesperación en un aeropuerto, la forma en que la gente reacciona bajo presión.

 


Nora, con su optimismo innato, intentaba ver el lado positivo. "Al menos tenemos un techo y comida, ¿no? Y estamos juntos, que ya es mucho". Ana Luisa, en cambio, estaba visiblemente más preocupada por la falta de sus valijas. "Mis cremas, mis medicinas, ¡todo está ahí!", se lamentaba, pensando en los blísteres para dos meses que la ayudaban con su salud.

Casi sobre la hora pudieron realizar la denuncia en bagajes extraviados y cambiar el protocolo para que lleven las malas, perdón las valijas a Barcelona.

 

Finalmente, LATAM les ofreció un nuevo vuelo, esta vez con escala en Madrid, y luego a Barcelona. La esperanza, aunque tenue, se reavivó. La idea de avanzar, aunque fuera un paso más, les daba un nuevo aliento.

Sin embargo, el destino no parecía dispuesto a darles tregua. El vuelo  Madrid también sumó ansiedad a su ya extenuante viaje. Lucrecia, a pesar del cansancio, tomó notas mentales sobre la iluminación tenue y el desfile de rostros anónimos, cada uno con su propia historia de viaje.

 


Barcelona, ¿Finalmente?

La llegada a Barcelona fue agridulce. ¡Las malas estaban con nosotros! Primero esperar 60 minutos en Madrid, dentro de la aeronave para que nos dieran pista para el despegue. Luego llegar a la capital catalana y esperar dentro del avión porque no funcionaba la manga.

La belleza de la ciudad se alzaba ante ellos, con su arquitectura modernista y el aire mediterráneo, pero la preocupación por el equipaje eclipsaba cualquier atisbo de alegría. En la cinta de equipaje, la desilusión se cernió sobre ellos como una densa niebla. Sus valijas otra vez no estaban.

 

"¡Otra vez no!", exclamó Lucrecia, con un aire de fatalidad cómica, casi teatral. "Esto ya es absurdo".

 

Pablo, una vez más negociador. Hablemos con el personal del aeropuerto, llenemos formularios con paciencia infinita, describamos nuestras pertenencias hasta el más mínimo detalle —el color de la maleta, la marca, si tenía algún distintivo—.

 Pero la respuesta fue siempre la misma: "Estamos investigando, les avisaremos". La impotencia era palpable.

 

Los primeros tres días en Barcelona fueron una mezcla de turismo forzado y desesperación. Recorrieron algunos lugares con ropa prestada o comprada a las apuradas en tiendas de souvenirs. Caminaron por las empinadas calles, pero la preocupación por sus pertenencias los seguía como una sombra. La bronca era palpable, un nudo en el estómago que les impedía disfrutar plenamente de la ciudad.

 

"Estoy cansada de esta ropa", se lamentó Nora, con una mueca de fastidio. "¡Quiero mis cosas! Mis zapatos cómodos, mi ropa para salir a cenar. Esto es una tortura".

 

Ana Luisa, acostumbrada a la comodidad y las rutinas de su hogar en Venado Tuerto, junto con Nora sentían la incomodidad de la situación de manera más aguda. "Nunca imaginé que un viaje pudiera ser tan estresante", suspiró Ana Luisa, extrañando sus pantuflas y su pijama de seda. Nora intentaba mantener el ánimo, señalando cada detalle bonito de la ciudad, pero incluso su optimismo flaqueaba.

 

Lucrecia, con su espíritu más joven, intentaba encontrar el lado positivo. "Miren, al menos estamos conociendo Barcelona... de una forma muy particular, eso sí". Pero incluso ella admitía que la falta de sus efectos personales le restaba encanto a la experiencia. Pablo, por su parte, se dedicaba a buscar soluciones alternativas, revisando foros de viajeros y contactando con amigos que vivían en España, en busca de algún consejo.

 


El Reencuentro y la Semilla del Guion

Al cuarto día, cuando la esperanza comenzaba a desvanecerse y estaban a punto de considerar darse por vencidos, un mensaje en el grupo de WhatsApp de "El peor viaje de tu vida" hizo vibrar los celulares. Era del aeropuerto: "¡Han aparecido las valijas!"

 

La noticia fue recibida con una mezcla de incredulidad y euforia. Un grito de alegría ahogado de Lucrecia, una exclamación de Ana Luisa, una risa nerviosa de Nora, y un suspiro de alivio de Pablo. Se dirigieron al aeropuerto con una mezcla de ansiedad y expectación, casi sin creerlo. Y allí estaban, maltrechas, con etiquetas de aeropuertos desconocidos, sucias de tanto trasiego, pero milagrosamente intactas. El alivio fue inmenso. Los abrazos se sucedieron, las risas de desahogo resonaron en el hall del aeropuerto, captando la atención de otros viajeros que los miraban con curiosidad.

 


"¡Lo logramos!", gritó Nora, con los brazos en alto, como si hubiera ganado una medalla de oro.

 

Lucrecia observó la escena, una sonrisa se dibujó en sus labios, una genuina, liberada. Tenía todos los elementos. Las seis horas de retraso en el Aeroparque de la Ciudad de Buenos Aires, la conexión perdida en São Paulo, el peregrinar por las oficinas de Guarulhos, la odisea de las valijas, los días en Barcelona sin pertenencias, y, sobre todo, la improbable unión de cinco desconocidos, de diferentes edades y lugares, forjando una amistad en la adversidad.

 

"Chicos", dijo Lucrecia, con un brillo particular en sus ojos, la chispa de la inspiración encendida. "Esto es una historia. Una gran historia. Y tengo la idea para un guion".

 

Adriana, Nora, Ana Luisa y Pablo la miraron con curiosidad, el cansancio aún presente, pero con un brillo renovado en sus ojos.

 


"Se llamará 'El peor viaje de tu vida'", continuó Lucrecia, con entusiasmo contagioso, "y narrará todas nuestras desventuras, desde la neblina de Aeroparque hasta el reencuentro con nuestras valijas en Barcelona. Y, por supuesto, el nacimiento de nuestra inesperada amistad, de cómo nos unimos para sobrevivir a todo esto".

 

Pablo sonrió, asintiendo con la cabeza. "Y yo te ayudo con las partes en portugués", dijo, guiñándole un ojo a la joven actriz. "Y con la burocracia, que de eso ya me hice un experto".

 

Nora y Ana Luisa se rieron, imaginando sus propias interpretaciones en la obra, quizás exagerando un poco sus propias reacciones para el efecto dramático. "Yo quiero hacer de la consuegra desesperada por sus cremas", bromeó Ana Luisa. "Y yo de la optimista a pesar de todo", añadió Nora, ambas asintiendo con complicidad.




 

La odisea había terminado, pero de ella había brotado algo inesperado: la semilla de una amistad profunda, de esas que se forjan en la adversidad, y la inspiración para una historia que, algún día, tal vez se contaría en un escenario, recordándoles que incluso en los peores viajes, pueden surgir las mejores aventuras y los lazos más inesperados. Y así, de un caos logístico, nació una pieza de arte en potencia, un testimonio de la resiliencia humana y el humor que se encuentra en los momentos más inesperados, un recordatorio de que a veces, perderse es la mejor manera de encontrarse.

 

 


sábado, 22 de marzo de 2025

Mis abuelos quieren hablar con usted.

 

Mis abuelos quieren hablar con usted

 






El consultorio de la psiquiatra Agatha era un refugio de tonos pastel donde se escuchaban suaves melodías, en una habitación que fue diseñada para calmar las mentes más inquietas. Pero aquella tarde, el aire se había cargado de una electricidad extraña, un presagio que la psiquiatra no supo interpretar a tiempo.

Matilda, una niña de siete años con ojos grandes y una melena castaña que le caía en dos coletas por los hombros y dejaba la frente descubierta, se sentó en la silla frente a Agatha, llevaba en sus pequeñas manos un dibujo arrugado que recién había terminado de dibujar y lo aferraba con superlativa fuerza contra su pecho.

Sus padres, Enrique y Zinia, esperaban en un sofá, contiguo al consultorio, su preocupación estaba grabada en sus rostros por las apariciones que Matilda decía ver.

—Matilda, ¿puedes contarme qué dibujaste? —preguntó Agatha, con voz cálida y melosa, produciendo un murmullo tranquilizador para la niña.

La niña extendió el dibujo. Dos figuras humanas, ancianas y encorvadas, se alzaban en el papel. Sus cabellos blancos brillaban con una luz espectral, y sus manos huesudas se aferraban a sendos bastones.

—Son mis abuelos —dijo Matilda, con su voz apagada con un susurro ronco—. ¡Vinieron a visitarme!

En ese instante una corriente de viento se hizo oír en un largo y agónico zumbido hasta que un golpe seco abrió la ventana que daba a la calle y la luz de un rayo iluminó la habitación.

Un escalofrío recorrió la espalda de Agatha al ver el dibujo.



—¿Matilda, son tus abuelos? —comenzó Agatha, pero la niña la interrumpió.

—Si, señorita. Están muertos. Pero a veces vienen a verme. Me dicen cosas.

Los padres de Matilda habían acudido a la consulta con Agatha desesperados. Su hija había comenzado a hablar de apariciones, de sombras que se movían en las esquinas de su habitación, de voces que susurraban su nombre en la oscuridad.

Agatha, una psiquiatra autoritaria y experimentada, había escuchado muchas historias a lo largo de su carrera. Pero la de Matilda tenía un aura de autenticidad que la inquietaba.

—Matilda, ¿qué te dicen tus abuelos? —preguntó Agatha, tratando de mantener la calma.

La niña se encogió de hombros. Miró hacia el piso porque no soportó la mirada punzante de la psiquiatra.

—Cosas. Secretos. Me dicen que no debo confiar en nadie.

La sesión continuó, con Matilda revelando detalles escalofriantes de sus encuentros con los fantasmas.

Agatha tomó notas, tratando de encontrar una explicación racional para las alucinaciones de la niña. Pero en el fondo, una semilla de duda comenzaba a germinar.

Al finalizar la sesión, Agatha acompañó a los padres de Matilda hasta la puerta. La niña se quedó atrás, jugando con sus lápices de colores.

Agatha les contó a los padres de Matilda sobre la sesión y se miraron con inquietud. Los abuelos de la niña habían fallecido trágicamente hacía años. Mucho antes que ella naciera.

—Gracias, psiquiatra —dijo Enrique, con un tono de alivio—. Esperamos que pueda ayudarnos.

—Haré todo lo posible —respondió Agatha, con una sonrisa forzada.

Justo cuando Agatha les cerraba la puerta, Matilda la abrió de un fuerte golpe con su pie, miró a los ojos a su psiquiatra, y le dijo con una voz autoritaria, mis abuelos quieren hablar con usted.

Agatha se quedó paralizada. La niña la miraba con una expresión seria, casi solemne.

—¿Qué quieren decirme? —preguntó Agatha, con un hilo de voz que se apagaba con cada palabra.

—No lo sé —respondió Matilda—. Pero dijeron que se quedarían un tiempo más en el consultorio con usted.

Un escalofrío helado recorrió la espalda de Agatha y su corazón aceleró su palpitar.

Sintió una presencia invisible a su alrededor, una sensación de que no estaba sola en la habitación.

—Matilda, tus abuelos... —comenzó Agatha, pero la niña la interrumpió.

—No les tenga miedo, psiquiatra. Ellos solo quieren ayudar.

Matilda se dio la vuelta y se fue, dejando a Agatha sola con sus pensamientos. Agatha cerró la puerta, sintiendo el sudor frío en sus manos y una transpiración más fría en su espalda.

Durante los siguientes días, Agatha se sumergió en la investigación. Buscó casos similares, consultó con colegas, leyó libros sobre fenómenos paranormales. Pero no encontró nada que explicara lo que estaba sucediendo.

...Las palabras de Matilda resonaron en su mente: "No les tenga miedo, psiquiatra. Ellos solo quieren ayudar".

 ¿Ayudar? ¿A quién? ¿Y cómo? – Se planteaba Agatha, aterrorizada.

Tiempo después, una noche, Agatha se quedó trabajando hasta tarde en su consultorio. Revisaba las notas de la sesión con Matilda, tratando de encontrar un patrón, una pista. De repente, sintió un cambio en el ambiente. El aire se volvió denso, y pesado. La luz del escritorio comenzó a titilar primero, y luego bajó su intensidad.

Levantó la vista y vio dos figuras en la esquina de la habitación. Eran los abuelos de Matilda, tal como aparecían en el dibujo. Sus ojos brillaban con una luz espectral, y sus labios se movían, aunque no emitían sonido alguno.

Agatha sintió un terror paralizante. Quiso gritar, pero su voz quedó atrapada en su garganta. Los fantasmas se acercaron, extendiendo sus manos huesudas hacia ella.

No había calidez, ni mensajes de protección. Solo una frialdad penetrante, un vacío que la envolvía. Los ojos de los ancianos, que antes solo eran figuras borrosas en un dibujo, ahora eran pozos oscuros, y aterradores.

Uno de los fantasmas extendió su mano, y Agatha sintió un contacto helado en su mejilla. No era una caricia, sino una marca, una impronta de lo sobrenatural. El otro fantasma se acercó tanto que su aliento inexistente rozó su oído, y una voz susurró, sin palabras, sino con un eco de lamentos apenas inteligibles - No manipules a nuestra nieta- escuchó horrorizada.

Agatha cerró los ojos, paralizada por el terror. Sintió que su mente se desgarraba, que su cordura se desvanecía. Cuando finalmente se atrevió a abrirlos, los fantasmas habían desaparecido, pero la sensación de su presencia permanente dejó un peso insoportable en el aire.

Agatha quedó sentada en su escritorio, temblando, con la mirada perdida en la oscuridad de la habitación. Sabía que algo había cambiado para siempre. Ya no era la misma psiquiatra racional y escéptica. Ahora, era una prisionera del miedo, marcada por el contacto con lo desconocido, condenada a vivir con el terror de saber que no estaba sola, y que nunca más lo estaría. Los fantasmas de Matilda se habían quedado con ella, para siempre.

Casi fin.

 

 

El Principio del fin.

Matilda fue una niña encantadora, inteligente y con poderes psicoquinéticos que le permitieron advertir todo tipo de intencionalidades en los adultos. Utilizó la imaginación de los fantasmas de sus abuelos para que Agatha se sintiera observada si en las sesiones de psicología se le ocurría manipular a sus pacientes.

 

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El fin del fin

La fantasía y la comedia se unieron en su máxima expresión cuando esta niñita, Martina Wormwood y Agatha Tronchatoro (de carácter fuerte, dominante, cruel, vil y perversa) filmaron la película Matilda de novela homónima que utilizó sus extrañas capacidades psicoquineticas para tratar con su irresponsable familia y su malvada directora.

Tenían los mismos nombres.

Tan solo fue una casualidad con la película.


Pablo Demkow

martes, 31 de diciembre de 2024

REFLEXIONES PARA UN AÑO QUE COMIENZA.

 

Recomendaciones para aprovechar más de 30.000.000 de oportunidades para ser feliz.




Desde el primer segundo del 2025 una nueva generación comenzará a cumplir su primer cuarto de siglo, algunos los llaman los “milenials”, otros lo subdividen de acuerdo con su fecha de nacimiento y adoptan el nombre de generación X, o generación Y, o generación Z y parece que así se agotan las letras del abecedario y vaya a saber que nombre tendrá la siguiente.

Lo cierto es que son fácilmente identificables como una generación nacida con el auge de internet, las redes sociales y las selfies. Pasan sus días pegados a una pantalla, son el veinticinco por ciento de la población mundial y sin duda son el futuro de nuestra civilización.

Los acusan de frívolos, consumistas, egoístas; de ser vagos y superficiales; y de ser "la peor generación".




Algunos autores de ciencia ficción esbozan algunos anticipos en sus obras, desde Herbert George Wells en “La máquina del tiempo” publicada en 1895 (versión cinematográfica de 1960, interpretada por Rod Taylor) donde habla de los “Eloi” unos jóvenes que viven una vida banal, insensibles, que no trabajan, y reciben la comida sin hacer ningún esfuerzo.

Hasta Steven Spielberg, noventa y cinco años después en “Volver al futuro II” le hace decir al Doctor Emmett Brown, inventor de la máquina del tiempo, que vuelve angustiado del futuro para llevar a “Marty y Jennifer,” treinta años en el tiempo, diciendo la frase “suban al De Lorean, tienen que salvar a sus hijos”





¿Qué pasará en el futuro?

No se si alguien quisiera viajar al pasado o al futuro como lo proponen estos dos autores entre otros tantos de la literatura, la televisión o el cine. Lo cierto, es que:

 ¡Todos los que estamos leyendo esta nota de corrido desde hace dos minutos hemos experimentado un pequeño viaje en el tiempo!

No podemos ir al pasado, pero si podemos viajar al futuro.

Vamos lentamente: Segundo a segundo, minuto a minuto atravesamos la cuarta dimensión, vaya a saber hasta cuando…

Según los matemáticos todo el año 2025 serán 8760 horas o 525.600 minutos y la imponente cifra de 31.536.000 segundos.

Por eso desde el brindis de la noche vieja hasta la próxima noche vieja, vivamos intensamente cada segundo de nuestra vida, con pasión y con alegría, superando adversidades y sobre todo con mucha esperanza.

Nuestro cuerpo es la mejor “máquina del tiempo” jamás inventada y nos dará más de treinta y un millones de segundos para saberlos disfrutar durante todo el año.

Si leímos todo de corrido y queremos saber que hacíamos hace tres minutos, podemos viajar en el tiempo al pasado: simplemente habías comenzado a leer esta nota.

Que tengas un feliz y próspero año.

Pablo Demkow


Post data: 

Si eres un "milenials"y leíste toda la nota desestimá el comienzo, tienes todas las herramientas para triunfar en este mundo y  treinta millones de oportunidades el 2025 para ser feliz.

 


domingo, 4 de septiembre de 2022

¿CUÁNTAS VECES HAY QUE PERDONARLA?

Relatos patagónicos

Ella, Alberto y Sergio formaron un trio diabólico.


Cuentos de la Biblia y el calefón


Según el evangelio de San Mateo versículo 18:20 que dice “donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”

Dicho así, la frase a primera vista apunta por lo menos a tres personas o más.  

La frase es religiosa, no tiene nada que ver con la política. 

Aunque en épocas confusas, esa liturgia inequívoca la usan los líderes políticos como forma de adoctrinamientos con la finalidad de obtener un fundamentalismo extremo a modo de credo.

Y desde los símbolos, los gestos, y los canticos, de la multitud siempre una persona está en el medio de todo y sus seguidores repiten como el Padre Nuestro las enseñanzas de su líder.

El Evangelio continúa luego con Pedro formulando la siguiente pregunta:

 “Señor, ¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí?

Entendemos que hubo alguno de los tres, o tal vez los tres que se traicionaron mutuamente. Acá si se puede referir a la política. Todos sabemos que estos muchachos y muchachas se amigan, se pelean y luego se vuelven a amigar. Es decir, se perdonan…

¿Y cómo termina la frase bíblica? ¿Qué le responde Jesús?

Te digo setenta veces siete

Que misericordioso que es el Evangelio. Es una metáfora para decir siempre. 

Haga lo que haga, siempre hay que perdonar.

Creo que lo vimos en nuestra argentina con el “trio presidencial”. Se insultan, se descalifican, se enemistan, se tratan de traidores, se mandan a suturar el ort., se acusan, se tratan de bolu…  dicen que van a poner presos a los ñoquis y finalmente luego de setenta veces siete, se perdonan, siempre se perdonan, como si nada hubiese pasado. Más evangélico no puede ser. Si todo el mundo se perdonara como ellos seríamos en verdad todos hermanos.

Isabel Sarli fue la precursora

Leopoldo Torres Nilsson filmó una película con Isabel Sarli en la que se anticipa esta historia de culpas y perdones.

Coincidentemente la película se llamó "Setenta veces siete", igual que la frase bíblica.

Se estrenó un 30 de agosto de 1962 y la trama es una mujer viviendo en la inmensa, fría y ventosa Patagonia Argentina junto a su compañero sobreviviendo de la dificultad de no tener agua potable.

El lugar es inhóspito, y sobreviven en la paz del desierto, hasta que un día advierten gritos y ven como un delincuente corre en dirección a su rancho, perseguido por otros hombres.

De repente se siente un disparo que impacta en el delincuente y este cae en un pozo cavado no muy profundo.


Con todo el dinero robado Sergio a punto de caer al pozo

Isabel Sarli baja al pozo para auxiliar al malhechor y advierte que está vivo. Pero ella con su pie empuja arena sobre su cabeza y les dice a los policías que el hombre había muerto.

Luego les dice a los policías que se retiren, que su esposo taparía con la misma tierra del pozo abierto.

Isabel Sarli es una mujer astuta. Tenía un plan muy ambicioso. Solo será cuestión de tiempo conocer los planes que hará con los dos hombres.

En la película, el conviviente y el malhechor no tenían nombre, para que se entienda mejor voy a ponerle dos nombres al azar.

Al esposo yo lo llamaría Alberto, y al delincuente le pondría Sergio.

Resulta que el esposo, estaba con ella por conveniencia, un hombre de poco talento, ambicioso y dominado por ella. Él daba la cara por ella, le proporcionaba casa y ovejas para la comida, pero tampoco era buena persona, había traicionado a muchos, era ineficiente y tenía varios cadáveres en el ropero.

La estrategia de Cristina, perdón de Isabel Sarli (me equivoqué) era usar a esos dos hombres, Alberto y Sergio a su provecho.

La mentira de decir que Sergio estaba muerto solo fue para alejar a la policía y de esa manera puso a los dos hombres a trabajar en la búsqueda de agua. El lugar árido y desértico de la Patagonia hacía que las napas se encontraran muy profundas y un hombre no podría hacerlo solo, entonces cavarían entre los dos.

Día tras día los dos hombres extenuados trabajaban de sol a sol, para ella y lo inhóspito  de la meseta, la escases de los recursos y la presión de la mujer, los degastaba por demás.

Isabel Sarli se encargaba de prepararles el almuerzo y la cena y daba las ordenes sin aceptar ninguna disculpa. Después de todo los dos hombres tenían deseos de ser aceptados por ella y soñaban con un destino prometedor junto a esa mujer deseada.

Un día Sergio le confiesa en secreto que había robado un banco, razón por la que lo perseguían, y le ofrece compartir el botín, y escaparse con Isabel Sarli, solo habría que deshacerse de su marido.

Ese mismo día Alberto le dice que descubrió en las alforjas de Sergio, el delincuente, y que solo era cuestión de robarle, enterrarlo en el pozo y huir.

Ambos querían fugarse con el dinero y la mujer.


Pozo en el que quedaron Alberto y Sergio

Pero Isabel le pidió las alforjas a Sergio retiró la soga que usaban de escalera para subir a la superficie y dejó a los dos hombres abandonados.

Después de 60 años del estreno cuantas versiones se podrían escribir hoy.

 

La Biblia y el calefón fue un programa de televisión humorístico argentino conducido por Jorge Guinzburg, aunque la frase deriva de una estrofa del popular tango argentino "Cambalache", compuesto por Enrique Santos Discépolo, en 1934.

 


viernes, 7 de agosto de 2020

Diagnóstico Médico (Dr. House) en tiempos de Covid



 Diagnóstico médico en tiempos de Covid 

Capítulo inédito de la seríe.


Telefonista -Doctora Lisa Cuddy está llamando la esposa de un paciente de cincuenta y nueve años de edad. Ella está asustada, cree que su marido tiene síntomas de Covid 19

Dr. Lisa - ¿De dónde es el llamado?

Telefonista – De la Provincia de Buenos Aires.

Dr. Lisa – Uy, qué problema. La provincia está estallando de contagios. ¿Y cómo sabe que su marido puede ser sospechoso de Covid 19?

Telefonista – Dice la señora que su marido se agita al respirar y que tiene un ataque de diarrea.

Dr. Lisa - ¿Diarrea?

Telefonista – Sí. Dice que vio a los infectologos por televisión y que ahora el Covid se manifiesta de esa manera.

Dr. Lisa - ¿Qué lo lleven a Tecnopolis?

Telefonista – Doctora, la señora insiste, dice que tiene el plan 410.

Dr. Lisa – Mándele a la doctora Allison Cameron con un ambulancia, pero que  el Dr. House ni se entere de esto, porque la tiene entre cejas. Sobre todo cuando hace los primeros diagnósticos.

Telefonista – No se haga problema doctora. Yo misma le voy a avisar.


Así pasará consulta Lisa Edelstein en la 2ª temporada de The good ...
Doctora Lisa Cuddy


La doctora Allison se encontraba en la cafetería del Sanatorio de la Trinidad de Palermo y ante decenas de miradas de sus colegas a la hora del refrigerio, llamaba la atención limpiando la cucharita, el platito, el borde y el asa del pocillo de café con un frasco de alcohol en gel que ella siempre acostumbra llevar en su cartera. Los que la conocen saben que es tremendamente pulcra y obsesiva por la limpieza y desinfección de todo lo que ella toca. Incluso su rostro juvenil y su cabello está cuidado por demás, hasta su ropa planchada, almidonada y perfumada son parte de su personalidad. Ella luchó por estar en el equipo del Dr. House y sabe que debe cumplir con todos los protocolos a la perfección. Si la orden es cuidarse. Ella se cuidará mucho más de lo que le exigen. Su frase de cabecera es “no hay que correr riesgos”, “es mejor prevenir”. 

Minutos después en el tocador del baño de damas se cruza con la telefonista que la observa mirarse al espejo y dedicarle un tiempo prolongado a su arreglo personal. Intercambian saludos y la telefonista le dice -creo que tenés que viajar hasta Húrlingham. Si bien no llevaba consigo el papel con la indicación y su recuerdo no era preciso, continúa diciendo – creo que hay un positivo de Covid 19-. Se miran mutuamente y la Dra. Allison, tal como soldado que tiene que hacer una misión peligrosa, sale disparada a la recepción. Toma el mensaje y sin leer las indicaciones sale a cumplir con su trabajo. Prepara todo su equipo de protección: barbijo, máscara, delantal de plástico, guantes. Acelera su auto y dice: “quiero llegar antes que oscurezca”. Hay zonas peligrosas en el AMBA. La palabra AMBA se empezó a usar hace poco tiempo, se refiere al área metropolitana de Buenos Aires para diferenciar a la Ciudad de Buenos Aires, capital de la Argentina con la provincia de Buenos Aires, la más grande y rica de la Argentina. Pero específicamente el área metropolita es una zona donde una avenida separa un ámbito urbano de muchos millones de habitantes que cruzan diariamente de un lugar a otro. Precisamente en ese lugar los casos de Covid 19 se multiplican exponencialmente por la situación precaria de sus habitantes que viven en villas de emergencia donde familias enteras conviven hacinadas en reducidas habitaciones y las formas de aislarse y cuidarse no existen.

Qué fue de los actores de Dr. House? Así lucen en la actualidad
Doctora Allison Cameron

La Dra. Allison manejaba su vehículo y no dejaba de imaginar el lugar al que fue enviada. Sabía que ella corría un alto riesgo de contagio y por lo tanto trataría de atender y retirarse rápido porque la inseguridad, también era otro peligro. Mientras manejaba escucha la radio y la noticia del día era el crecimiento de casos y muertes. El periodista describía una situación dramática y se escucha la voz del Ministro de Salud de la Provincia de Buenos Aires preocupado por la falta de camas, respiradores, terapia intensiva y profesionales de la salud. La descripción era patética, las informaciones daban cuenta que de seguir creciendo los contagios la situación se iba desbordar.

 

Patricia - Buenas tardes doctora.

Dra. Allison – Buenas tardes. ¿Qué síntomas tiene su esposo?

Patricia – Ahora lo va a ver. Está acostado en el dormitorio. Por lo que escuché en televisión podría ser Covid 19

Dra. Allison- Sí. ustedes están entrando en una edad crítica y si bien por acá se ve todo tranquilo y aislado, en el AMBA se multiplican los casos.

Patricia- A veces con mi marido salimos a caminar. No siempre porque él dice que yo  camino rápido, pero estos días me acompañó y lo noté agitado cuando respiraba.

La doctora Allison se acercó a la habitación donde estaba el paciente y de lejos le empezó a hacer preguntas. Siguió los protocolos que marca el Ministerio cuando hay un caso sospechoso de Covid 19. El marido respondía con certezas el interrogatorio, pero confundido porque ninguna de las preguntas se ligaba a su padecer.  Hasta que la galena le dijo – Pero su esposa me dijo que usted se agita al respirar.

El matrimonio de más de treinta años de convivencia, se miraron fijamente, clavándose cada uno sus propios ojos en los ojos del otro. Solo la vista alcanzaba, porque el resto de la cara lo tenían cubierto con un barbijo. Y el ensordecedor silencio fue roto por la doctora Allison cuando dijo “hay que activar” y repitió “vamos a tener que activar”.

Las dos mujeres se miraron convencidas, asintiendo con la cabeza. Mientras Patricia decía “si, es lo mejor”. Su marido que no entendía la frase con voz alta le pregunta a la doctora. “¿Qué hay que activar?”. El protocolo señor- respondió- Usted por sus síntomas está sospechado de estar contagiado de Covid 19. Mire es mejor prevenir riesgos –remarcó la profesional de la salud- mientras abría una cartilla de hospitales y sanatorios.

Patricia - ¿Y cómo va a hacerlo?

Dra. Allison- Voy a pedir una ambulancia para que lo hisopen, así nos sacamos las dudas.

Patricia - ¿Y dónde lo van a llevar?

Dra. Allison- ¿Alguna vez se internaron?, ¿conocen?, ¿Usted tiene un plan que puede elegir el lugar?

Patricia – Sí. En la Trinidad de Palermo o al Hospital Británico, cualquiera de los dos.

Dra. Allison – Tenga un poco de paciencia, el ambulancia va a tardar algunas horas. Pero es lo más seguro.

Patricia – La acompaño hasta la puerta

Dra. Allison – ¿Ustedes tienen más de una habitación en esta casa?

Patricia – Si

Dra. Allison – ¿Y tienen dos baños?

Patricia – No. Uno solo. ¿Por qué?

Dra. Allison – Por si hay que aislarlo… Bueno cualquier cosa limpie bien el baño y desinféctelo.


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equipo médico

Pasaban las horas y Patricia muy prolijamente ya le había preparado el bolso a su marido. Tres remeras, tres calzoncillos, tres pares de medias, un suéter, pantuflas, cepillo de dientes, una toalla. Hasta le prestó una batería para cargar teléfonos móviles por las dudas que su teléfono que estaba con la máxima batería tuviera la carga necesaria para varios días.

 

Ya casi son las dos de la madrugada y en el barrio tranquilo de casas bajas la noche es silenciosa. La calle es una cortada y solo circula algún vecino de no más de cien metros a su alrededor porque es el fin del barrio. La madrugada solo es interrumpida por el camión recolector de la basura que todas las noches a las dos en punto activa su palanca para compactar la basura justo frente a mi ventana y como a las tres y media se escucha la campanilla de la barrera ferroviaria a unos seiscientos metros de distancia. Cuatro y veinticinco pasa el siguiente tren y antes de amanecer los gallos, las gallinas, jilgueros, zorzales y otras aves empiezan con sus cantos matutinos.

Tapado por los sonidos del camión recolector se estacionó la ambulancia con sus luces, iluminando la madrugada pueblerina. Mi esposa sale a la puerta pero el Doctor Eric Foreman le indica que se quede en la casa y espere el llamado telefónico.

Minutos después el otro doctor acompañante Robert Chase me llama y dice: Señor quédese tranquilo, ya lo vamos a llevar. Nosotros tenemos que vestirnos con un traje especial, cuando nos vea le vamos a parecer astronautas. No se asuste, es el protocolo. Cuando nosotros estemos preparados lo llamamos nuevamente.


El Dr Gregory House, Robert Chase, Lisa Cuddy imagen png - imagen ...

Para mi eran minutos interminables. Pasaban las dos de la madrugada, y no sabía a ciencia cierta que hacer. Ya había puesto en google drive todos mis estudios cardiológicos, gastrointestinales, respiratorios, radiografías y ecografías. En esa larga espera había hecho operaciones bancarias de próximos vencimientos por las dudas que no volviera. Incluso había cargado algunos libros en el ebook por si la internación se extendiera varios días. Pero también me carcomía una duda. Si no era nada. ¿Cómo hacía para volver a mi casa? Ya que el sanatorio no quedaba cerca y debía justificar mi presencia en la vía pública.

Cada segundo que corría era una eternidad. De repente suena el teléfono. Era el Dr. Chase nuevamente avisándome que ellos ya estaban listos. Le digo “no cuelgue”. Tengo una pregunta ¿Puedo llevar un bolso con ropa? El médico se toma unos segundos, por lo visto lo consulta. No. No es necesario, nosotros tenemos orden de llevarlo a realizar el hisopado y luego de traerlo nuevamente a su casa.

Miro a mi esposa y le digo. Voy a volver a casa, no te vas a librar tan rápido de mí.

Me abrigué, dejé el bolso, saqué el ebook y lo puse en mi bolsillo, en la puerta me espera un hombre con aspecto de astronauta. Escuché algunas persianas de algunas casas que se cerraban. El Doctor Foreman mantenía una prudencial distancia, abrió la puerta corrediza del ambulancia y me dijo: si quiere se puede acostar, sino viaje sentado. Luego cerró la puerta y partimos. Los ubiqué fácil por sus aspectos. Foreman era negro y Chase era rubio. A los pocos minutos les pregunté ¿A dónde me llevan? Ese fue todo el dialogo.

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No se cómo reciben a los primeros mandatarios en las cenas de gala o en los eventos oficiales, pero cuando llegué al Sanatorio de la Trinidad me sentí toda una autoridad.

La vigilancia, el portero, dos enfermeras y una médica, sabían mi nombre y me estaban esperando. Que placer enorme, me sentía famoso. Sinceramente no sé si otra vez en mi vida iba a tener un recibimiento igual.  Por otro lado me empezaba a angustiar. Yo no había dicho una sola palabra y un ejército de personas me conocía. La Dra. Lisa Cuddy, decana de medicina en persona no solo me recibió en el hall, además ella misma me llevó al ascensor. Marcó el segundo piso y me condujo a la habitación. A medida que recorríamos los pasillos otros enfermeros la saludaban y me saludaban por el nombre. Mientras caminamos me pregunta ¿Por qué lo traen y luego se lo llevan? Dijo con cara de desconcierto o dubitativa. Otra enferma le marca habitación de internación. Me pide que me siente en una silla y que la espere. Ella iba a preparar un protocolo para comenzar con el hisopado.

Quedo a solas, y empiezo a evaluar todo lo que podía pasar. Aprovecho de ir al baño privado para quedar listo luego. Me tomo mi tiempo. Me higienizo como corresponde. Me paso alcohol en gel. Tenía tiempo y nada me apuraba. Además no se sintió ningún ruido como si hubiera entrado nadie. Me miro al espejo y me digo. Que Dios me acompañe. Eran las tres de la madrugada.

Lentamente abro la puerta, y veo en la silla que había dejado minutos atrás, sentado al Doctor House con su bastón apoyado en su falda.


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Dr. House- ¿Seguro que si te pido que tosas, no toses, verdad?

Pablo- No, doctor

Dr. House- ¿Tampoco te agitaste con todo lo que caminaste hasta llegar hasta acá?

Pablo- No, doctor.

Dr. House - ¿Vas a correr o andar en bicicleta?

Pablo – Si

Dra. Lisa- (entra a la habitación) ¿Dr. House que hace acá?

Dr. House - ¿Recién cuando fuiste al baño, hiciste caca?

Dra. Lisa- ¿Dr. House que son esas preguntas? No tiene nada que hacer a esta hora de la madrugada en el hospital. Por favor retírese.

Dr. House - ¿Es importante la pregunta? Contestá.

Pablo – No pude ir de cuerpo.

Dr. House – ¿Estuviste tomando crema de bismuto?

Pablo -  Si

Dr. House – Lo ve Dra. Lisa por eso no podía toser…

Dra. Lisa – House está acá para un hisopado por Covid 19

Dr. House – Acuéstese que lo voy a auscultar. ¿Dígame si le duele donde yo lo toco?

Dra. Lisa – Dr. House, al paciente hoy ya lo revisaron.

Pablo – No Dra. Lisa, esta es la primera vez me revisan. Hoy llamé a urgencias por una diarrea y la doctora de guardia me atendió a tres metros de distancia y me atendió creyendo que tenía Coronavirus. Yo la llamé por una diarrea y no me medicó nada, ni me preguntó que almorcé o cené.

Dr. House – Lo ves Lisa, trajimos un paciente a ocupar una cama y a hacer un hisopado por un diagnóstico equivocado.

Dra. Lisa - ¿Pero la diarrea y el agitamiento pueden ser casos de Covid 19?


Cuddy se separa de House
Dr. House y Dra Cuddy discutiendo 

Dr. House – Cuando camina solo no se agita, pero su esposa camina más rápido que él. Caminar a un ritmo distinto le hace consumir mayor cantidad de aire. Y tuvo una infección que le produjo una diarrea. La doctora domiciliaria no lo revisó, ni le preguntó que comió o bebió y lo mandó a un sanatorio pensando que tenía Covid 19. El paciente al ver que lo atendió por otro síntoma bebió crema de bismuto y ahora le produjo constipación.

Dra. Lisa – No lo puedo creer. Casi internamos a un paciente con diarrea junto a los de covid 19.

Dr. House –  Pensar que por un error en el diagnóstico médico se inutilizó un ambulancia, y habitación de internación, dos médicos, tres enfermeras y todo se solucionaba con dos pastillas de carbón y si lo llevaban a Tecnopolis se cagaba allá.


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