Se Abre el telón en Aeroparque
Lucrecia, con su melena castaña y ojos vivaces, repasaba
mentalmente líneas de un monólogo. Con apenas 19 años, es actriz de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires y es capaz de convertir cada espacio en su escenario
personal, y la sala de embarque del aeropuerto no era la excepción. Pensaba en
dar una alegría al público cansado de esperar que se despeje la niebla, para
viajar tal cual sus deseos a los lugares elegidos del planeta. Después de todo,
tanta gente aburrida en la sala de embarque se merecía una próspera y cuidada
actuación estelar.
Seis horas de demora, mostraba el agotamiento y el estrés de
muchos, que bien hubiese venido una representación teatral.
Con el sol de la tarde filtrándose por los ventanales, el
anuncio tan esperado por fin resonó por los altavoces: "Pasajeros del
vuelo de LATAM con destino a São Paulo, por favor diríjanse a la puerta de
embarque". Un suspiro colectivo de alivio recorrió la sala. Lo que no
sabían es que ese alivio sería efímero.
El avión despegó con un zumbido ensordecedor, rompiendo la
quietud del cielo gris de la capital porteña. A bordo, la tensión se disipaba
lentamente, reemplazada por la expectativa de la conexión en São Paulo y el
ansiado destino final: Barcelona.
Lucrecia, ya menos tensa, durmió plácidamente todo el viaje,
mientras que Pablo preocupado porqué investigó en Internet y no encontró ningún
vuelo entre Brasil y Europa hasta el día siguiente. Nora y Ana Luisa, por su
parte, reanudaban su animada charla sobre las últimas novedades de Venado
Tuerto, y la esperanza de ver cuanto antes a sus hijos. Adriana degustaba un
caramelo, mientras escuchaba algún sabelotodo que hablaba sobre aviones y
conexiones.
Al lado de Lucrecia, con la serenidad de sus muchos años,
estaba Pablo, de Hurlingham. Su semblante tranquilo contrastaba con la
impaciencia general, pero no ocultaba su preocupación, mientras tecleaba en su
celular. Delante de ellos se ubicaban Nora y Ana Luisa, una de cada lado del pasillo,
dos consuegras y vecinas de Venado Tuerto, Santa Fe. Compartían chismes e
ilusiones, ajenas al drama que se cocinaba a fuego lento. Nora, la más
soñadora, intentaba ver el lado positivo, mientras Ana Luisa, la más
pragmática, comenzaba a preocuparse por el retraso. Unas filas más atrás,
Adriana, con su acento cordobés inconfundible y una sonrisa dispuesta,
consultaba su reloj con impaciencia. Su paciencia, al igual que la de Nora y
Ana Luisa, comenzaba a deshilacharse.
El Laberinto de Guarulhos
La llegada al Aeropuerto Internacional de Guarulhos fue como
descender a otra dimensión. El reloj avanzaba en la oscuridad y la agitación
del aeropuerto contrastaba con lo esperado por los pasajeros. La noticia cayó
como un balde de agua fría: habían perdido la conexión a Barcelona. El vuelo de
LATAM ya había partido.
"Pero ¡cómo es posible!", exclamó Adriana, su voz
elevándose por encima del murmullo general, teñida de una frustración que solo
un viaje largamente planeado puede generar.
Lucrecia, con su instinto dramático, ya visualizaba la
escena en su mente. "Esto es oro para un guion", pensó, mientras
observaba el desconcierto en los rostros de sus compañeros de infortunio.
Fue Pablo quien tomó las riendas. Con un portugués
rudimentario pero efectivo, forjado en viejos viajes de trabajo, se acercó a
una asistente de LATAM, donde una fila desordenada de pasajeros exasperados se
extendía sin fin. "Necesitamos ayuda, nuestra conexión a Barcelona se
perdió por el retraso de Buenos Aires", explicó.
La respuesta de la aerolínea fue un voucher para un hotel,
la cena y el traslado. Una solución a medias para un problema mayúsculo. La
pérdida del equipaje, en ese momento, era solo una sombra lejana, una
posibilidad incómoda que nadie quería nombrar en voz alta, pero la sospecha
cobraba cada vez más fuerza.
"Esto es una aventura, chicas", intentó animar
Nora, con una sonrisa forzada, mientras Ana Luisa fruncía el ceño, pensando en
las valijas llenas de regalos para sus hijos, cuidadosamente seleccionados
durante meses.
El viaje en el auto hacia el hotel fue un silencio tenso,
solo interrumpido por el murmullo de los aviones que despegaban o aterrizaban
en Guarullos. La cena en el hotel, un bufé sin grandes pretensiones se
desarrolló en un ambiente de resignación. La camaradería comenzó a forjarse en
la adversidad. "Deberíamos armar un grupo de WhatsApp para mantenernos
conectados", sugirió Lucrecia, sacando su celular con la rapidez propia de
su generación. "Para no perdernos en este caos".
Nació así "El peor viaje de tu vida", un nombre
que en ese momento parecía premonitorio, pero que con el tiempo se convertiría
en un chiste interno, una bandera de su improbable alianza.
La Odisea de las malas podríamos llamarlo también, Valijas en
portugués se dice malas y lo peor, la Resignación.
El día siguiente amaneció gris, reflejando el ánimo del
grupo. Volvieron al aeropuerto, recorrieron innumerables oficinas, hablaron con
agentes de LATAM que parecían entrenados para la evasión, con personal de
seguridad que apenas les prestaba atención, con empleados de limpieza que no
entendían sus lamentos, con quien se cruzara en su camino. Pero el resultado
fue siempre el mismo: "No hay información sobre su equipaje". Las
horas pasaron entre mostrador y mostrador, un laberinto burocrático que parecía
no tener fin.
"¡Es increíble! ¿Cómo pueden perder tantas valijas de
un mismo vuelo?", se quejó Adriana, su voz ya con un matiz de
desesperación. "¡Nunca me había pasado algo así en tantos años de
viajar!"
Pablo, con su diplomacia y su paciencia de años, intentaba
mediar, traducir, y mantener la calma. Escuchaba atentamente las respuestas en
portugués, por más vacías que fueran, y las retransmitía al grupo, suavizando
la dureza de las negativas. Lucrecia, por su parte, observaba, absorbiendo cada
gesto, cada expresión de frustración, cada palabra de impotencia. Sabía que
todo aquello sería material invaluable para su guion, los matices de la
desesperación en un aeropuerto, la forma en que la gente reacciona bajo presión.
Nora, con su optimismo innato, intentaba ver el lado
positivo. "Al menos tenemos un techo y comida, ¿no? Y estamos juntos, que
ya es mucho". Ana Luisa, en cambio, estaba visiblemente más preocupada por
la falta de sus valijas. "Mis cremas, mis medicinas, ¡todo está
ahí!", se lamentaba, pensando en los blísteres para dos meses que la
ayudaban con su salud.
Casi sobre la hora pudieron realizar la denuncia en bagajes extraviados
y cambiar el protocolo para que lleven las malas, perdón las valijas a
Barcelona.
Finalmente, LATAM les ofreció un nuevo vuelo, esta vez con
escala en Madrid, y luego a Barcelona. La esperanza, aunque tenue, se reavivó.
La idea de avanzar, aunque fuera un paso más, les daba un nuevo aliento.
Sin embargo, el destino no parecía dispuesto a darles
tregua. El vuelo Madrid también sumó ansiedad
a su ya extenuante viaje. Lucrecia, a pesar del cansancio, tomó notas mentales
sobre la iluminación tenue y el desfile de rostros anónimos, cada uno con su
propia historia de viaje.
Barcelona, ¿Finalmente?
La llegada a Barcelona fue agridulce. ¡Las malas estaban con
nosotros! Primero esperar 60 minutos en Madrid, dentro de la aeronave para que
nos dieran pista para el despegue. Luego llegar a la capital catalana y esperar
dentro del avión porque no funcionaba la manga.
La belleza de la ciudad se alzaba ante ellos, con su
arquitectura modernista y el aire mediterráneo, pero la preocupación por el
equipaje eclipsaba cualquier atisbo de alegría. En la cinta de equipaje, la
desilusión se cernió sobre ellos como una densa niebla. Sus valijas otra vez no
estaban.
"¡Otra vez no!", exclamó Lucrecia, con un aire de
fatalidad cómica, casi teatral. "Esto ya es absurdo".
Pablo, una vez más negociador. Hablemos con el personal del
aeropuerto, llenemos formularios con paciencia infinita, describamos nuestras
pertenencias hasta el más mínimo detalle —el color de la maleta, la marca, si
tenía algún distintivo—.
Pero la respuesta fue
siempre la misma: "Estamos investigando, les avisaremos". La
impotencia era palpable.
Los primeros tres días en Barcelona fueron una mezcla de
turismo forzado y desesperación. Recorrieron algunos lugares con ropa prestada
o comprada a las apuradas en tiendas de souvenirs. Caminaron por las empinadas
calles, pero la preocupación por sus pertenencias los seguía como una sombra.
La bronca era palpable, un nudo en el estómago que les impedía disfrutar
plenamente de la ciudad.
"Estoy cansada de esta ropa", se lamentó Nora, con
una mueca de fastidio. "¡Quiero mis cosas! Mis zapatos cómodos, mi ropa
para salir a cenar. Esto es una tortura".
Ana Luisa, acostumbrada a la comodidad y las rutinas de su
hogar en Venado Tuerto, junto con Nora sentían la incomodidad de la situación
de manera más aguda. "Nunca imaginé que un viaje pudiera ser tan
estresante", suspiró Ana Luisa, extrañando sus pantuflas y su pijama de
seda. Nora intentaba mantener el ánimo, señalando cada detalle bonito de la
ciudad, pero incluso su optimismo flaqueaba.
Lucrecia, con su espíritu más joven, intentaba encontrar el
lado positivo. "Miren, al menos estamos conociendo Barcelona... de una
forma muy particular, eso sí". Pero incluso ella admitía que la falta de
sus efectos personales le restaba encanto a la experiencia. Pablo, por su
parte, se dedicaba a buscar soluciones alternativas, revisando foros de
viajeros y contactando con amigos que vivían en España, en busca de algún
consejo.
El Reencuentro y la Semilla del Guion
Al cuarto día, cuando la esperanza comenzaba a desvanecerse
y estaban a punto de considerar darse por vencidos, un mensaje en el grupo de
WhatsApp de "El peor viaje de tu vida" hizo vibrar los celulares. Era
del aeropuerto: "¡Han aparecido las valijas!"
La noticia fue recibida con una mezcla de incredulidad y
euforia. Un grito de alegría ahogado de Lucrecia, una exclamación de Ana Luisa,
una risa nerviosa de Nora, y un suspiro de alivio de Pablo. Se dirigieron al
aeropuerto con una mezcla de ansiedad y expectación, casi sin creerlo. Y allí
estaban, maltrechas, con etiquetas de aeropuertos desconocidos, sucias de tanto
trasiego, pero milagrosamente intactas. El alivio fue inmenso. Los abrazos se
sucedieron, las risas de desahogo resonaron en el hall del aeropuerto, captando
la atención de otros viajeros que los miraban con curiosidad.
"¡Lo logramos!", gritó Nora, con los brazos en
alto, como si hubiera ganado una medalla de oro.
Lucrecia observó la escena, una sonrisa se dibujó en sus
labios, una genuina, liberada. Tenía todos los elementos. Las seis horas de
retraso en el Aeroparque de la Ciudad de Buenos Aires, la conexión perdida en
São Paulo, el peregrinar por las oficinas de Guarulhos, la odisea de las
valijas, los días en Barcelona sin pertenencias, y, sobre todo, la improbable
unión de cinco desconocidos, de diferentes edades y lugares, forjando una
amistad en la adversidad.
"Chicos", dijo Lucrecia, con un brillo particular
en sus ojos, la chispa de la inspiración encendida. "Esto es una historia.
Una gran historia. Y tengo la idea para un guion".
Adriana, Nora, Ana Luisa y Pablo la miraron con curiosidad,
el cansancio aún presente, pero con un brillo renovado en sus ojos.
"Se llamará 'El peor viaje de tu vida'", continuó
Lucrecia, con entusiasmo contagioso, "y narrará todas nuestras
desventuras, desde la neblina de Aeroparque hasta el reencuentro con nuestras
valijas en Barcelona. Y, por supuesto, el nacimiento de nuestra inesperada
amistad, de cómo nos unimos para sobrevivir a todo esto".
Pablo sonrió, asintiendo con la cabeza. "Y yo te ayudo
con las partes en portugués", dijo, guiñándole un ojo a la joven actriz.
"Y con la burocracia, que de eso ya me hice un experto".
Nora y Ana Luisa se rieron, imaginando sus propias
interpretaciones en la obra, quizás exagerando un poco sus propias reacciones
para el efecto dramático. "Yo quiero hacer de la consuegra desesperada por
sus cremas", bromeó Ana Luisa. "Y yo de la optimista a pesar de
todo", añadió Nora, ambas asintiendo con complicidad.
La odisea había terminado, pero de ella había brotado algo
inesperado: la semilla de una amistad profunda, de esas que se forjan en la
adversidad, y la inspiración para una historia que, algún día, tal vez se
contaría en un escenario, recordándoles que incluso en los peores viajes,
pueden surgir las mejores aventuras y los lazos más inesperados. Y así, de un
caos logístico, nació una pieza de arte en potencia, un testimonio de la
resiliencia humana y el humor que se encuentra en los momentos más inesperados,
un recordatorio de que a veces, perderse es la mejor manera de encontrarse.
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