El Danubio, el río más
largo de la comunidad europea parece dividir el Norte del Sur de la llanura
centro europea, recorriendo nada menos que diez países y siendo vinculo de
tradiciones, guerras e historias que trascienden en el tiempo. Pareciera que el
Río fuese el protagonista del centro de la tierra del viejo mundo, como
desafiando al Mar Mediterráneo, tanto que lo acompaña durante 3.000 kilómetros
y finalmente desemboca en forma de Delta en el Mar Negro. Sus aguas recorren Alemania, Austria, Eslovaquia, Hungría, Croacia, Serbia,
Rumania, Bulgaria, Moldavia y Ucrania. Muchas culturas pasaron por sus aguas,
pero no regaron la cultura río abajo. Ni Johann Strauss (hijo) con su
composición Danubio Azul pudo lograr imponer su vals en los pueblos del Este.
En fin, el Río Danubio recibe una docena de influencias culturales, religiosas,
étnicas, sociales y artísticas diversas.
Aunque
unos 3.000 años antes de Cristo los niños tenían un juego en común a lo largo
de su recorrido. Jugaban con las avellanas a un juego más o menos parecido a
las bolitas, o a las canicas, haciendo rodar y chocar los frutos. Es decir que
lo que no unió el idioma o los medios de comunicación. El juego inocente de los
más chicos era un lenguaje común.
Las
orillas del Danubio son testigos de cientos de guerras y conquistas entre
pueblos colindantes y lejanos.
La
Segunda Guerra Mundial fue testigo de esta historia.
Dos amigos conversaban
y soñaban con volverse ricos mientras saboreaban unas copas de Pálinka. El Pálinka es una
bebida espirituosa del tipo del aguardiente característico de Hungría. Mientras
hablaban de sus quehaceres cotidianos. Jorge Meine poseía una pequeña industria
textil en Budapest y cerca de la sinagoga donde concurría habitualmente
acostumbraba a sentarse en un bar con Ladislao Biro, un paisano suyo de
profesión periodista que cada tanto lo sorprendía con alguna pregunta extraña o
le relataba los lugares lejanos donde había viajado. Aquella tarde hablaban
sobre la limpieza de las telas y Jorge contaba como lavaba las prendas en su
taller de costura para que luzcan impecables en las vidrieras de las tiendas.
Ladislao sin embargo insistía con que el destino estaba en su contra y debía
tirar camisas con frecuencia porque no podía quitar las manchas de tinta. Jorge
no entendía porque involucraba al destino como una desgracia personal y pensó
que eran bromas como habitualmente hacía su amigo. Pero no era una broma,
Ladislao era zurdo y entendía que los productos solo los fabricaban para
diestros y por eso se ensuciaba más que ellos.
Corría el año 1935 y si bien estaban en tiempos de paz, se olía a pólvora, que bajaba por las aguas
del Danubio desde sus orígenes, sobre todo en la redacción dónde el joven Ladislao
trabajaba. Aunque él prefería hacer entrevistas lejos del diario. Encontrarse con
algún personaje en su casa, o en el lugar de trabajo o simplemente en un bar.
Pálinka de por medio, un anotador anillado y una pluma fuente. Luego llegaba
hasta una máquina de escribir y transcribía la nota y la pasaba a la imprenta. No
era difícil adivinar su profesión. Sus manos hablaban por él. Siempre tenía
manchas de tinta en su mano izquierda y muchas veces su camisa blanca era el
secante de su tortuoso destino. No es que él fuera torpe o descuidado.
Simplemente padecía que su habilidad de escribir estaba en la mano equivocada.
La pluma fuente estaba diseñada para diestros y el hecho de ser zurdo lo
condenaba y ese inconveniente él lo atribuía al destino.
Pero como todo emprendedor Ladislao tuvo perseverancia y paciencia, sabía
que tarde o temprano su suerte cambiaría. Su hermano Georg cansado de tanto
lamento contribuyó con una idea interesante. Se propuso buscar en su
laboratorio químico una solución que permitiese espesar la tinta y lo logró.
Ladislao pudo contener el derrame y ensuciarse menos, aunque la tinta espesada
se le atascaba en medio de un reportaje y tampoco así logró mejorar su inconveniente.
Hizo falta otra vuelta de pálinka con su amigo Jorge y a la sombra de un castaño
vieron como unos niños juntaban las avellanas del piso para comer. Estos niños húngaros
saben que las avellanas que quedan en el árbol no son tan ricas como las que se
caen y luego de juntar suficientes para llevar a su casa, se pusieron a jugar a
las bolitas o canicas en la vereda del bar. Ladislao miraba atentamente el
juego infantil, mientras Jorge trataba de recuperarlo al diálogo en vano. De
repente Ladislao dice: “Se me ocurrió una brillante idea”. Tomó el anotador y
su lapicera fuente, lo miró a su amigo y le hizo un dibujo, mientras le
explicaba. “Si la bolita o canica pasa por un charco de agua y luego atraviesa
una superficie seca de la vereda y escribe su recorrido, hasta que vuelve a
pasar por otro charco y se vuelve a
mojar de vuelta y así sucesivamente escribe otras partes secas. Si fuera tinta
no me permitiría que me ensuciara las manos” Jorge Meine entendió rápidamente el
negocio y aportó dinero para patentar el invento, con la ayuda de Georg y la
tinta espesa la podrían poner en un canuto y en la parte inferior una bolita, y solo por la presión vertical lograrían que
escribiera sin manchar. Habían pasado dos años de aquel sueño de fortuna.
Juntos fueron a patentar su proyecto en Budapest.
El agente de la oficina les preguntó ¿A nombre de quién? Los amigos se
miraron y Meine le dijo fusionemos las primeras sílabas de nuestros apellidos,
como el apellido de Ladislao era breve fue completo y de la unión apareció la
marca Biro Me.
Ese mismo año Biro viaja a Yugoslavia se encuentra en la conserjería de un
hotel con un argentino que lo observaba muy atentamente mientras se registraba
y no quitaba los ojos de su particular “birome” artesanal. El fútbol los unió
en una conversación. Los seleccionados de Argentina en 1930 y Hungría en 1938
habían salido segundos en ambos mundiales. El argentino lo invitó a viajar y le
entregó su tarjeta personal. Biro no les prestó atención, pero conservó su
tarjeta en el cajón de su mesita de luz.
Si bien la patente de la birome era prometedora, jamás llegó a
comercializarse. La guerra mundial había estallado y los Nazis se desplazaban
hacia el Este y hacia el Oeste conquistando todo lo que estaba a su paso. Otra
vez el recorrido del Danubio empezaba a oscurecerse y Hungría no tardaría en
ser ocupada.
Para 1940 escapando de la persecución a los judíos, los hermanos Biro y su
amigo Meine con sus respectivas familias decidieron escaparse a un país lejano.
La tarjeta guardada en la mesita de luz, fue el pasaporte a la paz que el
destino tenía reservado para ellos. Aquel hombre que en Yugoslavia había
hablado de fútbol era la única esperanza para estos refugiados que viajaban para
la Argentina.
Ya en Buenos Aires Biro buscó al hombre de la tarjeta y resultó ser Agustín
P. Justo ex Presidente de la Nación que los ayudó a instalarse y armar un
pequeño taller donde la birome empezó a comercializarse a todo el mundo.
En 1943 Biro licenció a Faber en la sideral suma de dos millones de dólares
y luego a Bich que también efectuó un acrónimo de su apellido y creo la fábrica
Bic de bolígrafos.
Biro murió en Buenos Aires a los 86 años y dejó otros inventos como: El
desodorante a bolilla, la pluma estilográfica, el lavarropa, la caja de cambios
automática, el termógrafo clínico, la cerradura inviolable, un dispositivo para
obtener energía utilizando las olas del mar, dispositivos químicos para mejorar
la dureza del acero y para separar gases. Cada 29 de septiembre en la Argentina
se conmemora el día del inventor en homenaje al día de su nacimiento.
Una frase de Biro sintetiza su valoración por la creación y la
inteligencia.
"Mi «juguete» dejó 36 millones de dólares en el tesoro argentino, dinero
que el país ganó vendiendo productos no de la tierra sino del cerebro".
En el Río de la Plata otra música escuchó Biro, otro ritmo y otro entorno
para el Danubio.
Tango: Noches de Hungría
Solo a orillas del Danubio,
cuando en la noche clara
escucho tu violin,
siento que renace mi vida
al penetrar en mi alma
su melodía sin fin.
Déjame embriagar con la ilusión,
cántame en mis sueños
tu emoción.
Quiero vivir en este instante
el amor que una noche
me dio su corazón.
Toca gitano
con pasión en las noches de Hungría;
en las orillas del Danubio
dejé yo mi vida
que tus czardas tienen el sabor
de los besos de su boca en flor.
Noches de Hungría
nunca, nunca olvidaré.
cuando en la noche clara
escucho tu violin,
siento que renace mi vida
al penetrar en mi alma
su melodía sin fin.
Déjame embriagar con la ilusión,
cántame en mis sueños
tu emoción.
Quiero vivir en este instante
el amor que una noche
me dio su corazón.
Toca gitano
con pasión en las noches de Hungría;
en las orillas del Danubio
dejé yo mi vida
que tus czardas tienen el sabor
de los besos de su boca en flor.
Noches de Hungría
nunca, nunca olvidaré.
Letra y Música: Enrique Rodríguez y Armando Para Albeiro